La revista holandesa MacGuffin lanza ediciones monotemáticas dos veces al año. Con propuestas sesudamente escogidas que van desde la cama hasta la botella, cada una comisiona firmas invitadas para desplegar, desde ángulos inesperados, sus análisis sobre el objeto estrella. Para la edición 11 fui invitada a escribir sobre uno que se presta a muchas interpretaciones: la cadena.
La indicación editorial era, desde mi condición de caribeña, hablar sobre las cadenas de los esclavizados por los colonizadores españoles. Yo tomé ese punto de partida para llevarlo a algo que me preocupa hoy: el estigma del cadenón de oro que usan los hombres negros dominicanos para alardear de su éxito económico. ¿Cómo se conectan ambas cosas? En una historia que comienza con la Quisqueya de Caonabo, pasa por Herrera y termina en Washington Heights, ahí están los puntos de intersección.
